Los caballos de Samaná


    Después de un par de semanas fuera de España, me encuentro un tanto perdida.

    Las propuestas electorales me llegan como al incrédulo que no  espera nada. Sólo que le mientan.

    Triste es no tener motivación alguna. Como los pobres caballos de Samaná, flacos, cansados, hambrientos. Supongo que ellos solo esperan la terminación de la jornada para que nadie más cabalgue en sus extenuados lomos.

    En protesta por su situación, hice el camino al salto de ¡l limón a pie. En chanclas y metida en el fango. Me dije que si ellos podían, yo también.

    Son personas que los explotan y con las que me encaré. "Si usted no se sube otro lo hará", fue la respuesta.

    La misma que cuando me rescindieron el contrato en mi empresa: "Eres una víctima más".

    Curioso mundo este. No hay piedad. No existe la ética. No hay nada que no sea estar con los poderosos.

   Aún sangra a veces mi herida pero trato de que no duela. Yo me tengo a mí, pero ¿Y ellos?

    Quizá mi gesto de no añadirles dolor quedó solo en eso. Pero no pude.

     Después conocía a los perros  vagabundos de Boca Chica. Éstos al menos eran libres. Se alimentaban en la playa de los restos de comida que iban dejando los turistas. Me dio pena, pero no tanta como la que me dieron los caballos, en especial uno que, de tan cansado, parecía dormido.

    Después vi la miseria en las casas y sentí un dolor profundo, aunque también envidia por la felicidad que había en aquellas personas.

    Me di cuenta --ya lo sabía-- de que no he sabido vivir con alegría. Soy uno de esos caballos explotados pero por mí misma. Maldigo a los malditos y les deseo lo peor.

   En esas ando, y en esas seguiré hasta que vea un poco más de justicia en el mundo. 










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